Uno o dos delanteros, furioso interrogante.
Al igual que algunos reyes de la antigüedad han pasado a la historia como inmortales, presos de un hechizo ancestral que los mantuvo vivos milenios, este debate prosigue y pervive desde el comienzo del fútbol. En ocasiones una facción parece ganar fuerza, y arrincona a la otra, que como draco durmiente espera un cruento despertar; sucediéndose golpes y caídas sin un final transparente para un eterno combate. De este modo nos hallamos entre dos mundos, en el primero, que corresponde al único punta, al centinela solitario, este debe obrar como vórtice y nexo; como paso previo a la conclusión o como el mismo punto que termina la frase. Sea pues quien remate o quien asista, su labor no será apoyada por nadie, y sufrirá una desventaja numérica que, si no sabe sortear, le condenará al ostracismo, sepultado entre defensas, repelido y maniatado. Pero si logra superar esa traba y hacer de su minoría una ventaja, de la carestía poder, el resto de su equipo podrá hacer uso de la ventaja que se